sábado, 24 de octubre de 2009

La más alta escalada de un ciclista trotamundos


Después de pasar por 150 países a lomos de su bicicleta, el ciclista nepalí Pushkar Shah cambiará su vehículo por material de escalada, para poner en la cumbre del Everest las banderas de todas esas naciones que conoce.

«Como he estado en 150 países y el Everest está en el mío propio, pensé, por qué no», dijo Shah, de 41 años. «Pedí banderas en miniatura de países a los alcaldes de las ciudades en las que estuve. Las llevaré a lo alto y regresaré con ellas», añade.

Y luego, si vuelve de nuevo a esos países, pretende devolver las banderas como símbolo de pacifismo, cuenta este hombre que se declara «un mensajero de la paz» que ha mostrado al mundo «cómo un hombre puede dedicar el período dorado de su vida a la paz».

Shah pasó once años sobre una bicicleta, y, dice, logró cubrir un total de 221.000 kilómetros y 150 países, con sólo tres períodos de descanso durante los cuales regresó a Nepal.

El veterano ciclista comenzó su aventura sin dinero, así que su supervivencia sobre la carretera dependía de la buena voluntad de las gentes, a las que pedía sólo lo necesario para comer dos veces al día, aunque también logró recursos dando conferencias.

Tomó aviones y barcos para cruzar mares; en Estados Unidos pasó seis meses, aunque en otros países sólo se quedó tres días.

Y no siempre fue fácil darle al pedal. Shah fue robado en once ocasiones: siete de ellas en África, una en Nueva York, otra en Barbados, otra en la República Checa y otra en Italia.

Además, fue secuestrado en la ciudad mexicana de Matamoros, cerca de la frontera con Estados Unidos, pero logró desembarazarse de sus dos secuestradores tras una pelea y escapó.

«Estaban planeando matarme y dejar mi cadáver en el desierto, destruir mi documentación y llevarse mis pertenencias, dinero incluido», afirma Shah.

Tuvo que cambiar de vehículo tras sufrir una avería en Hong Kong y perdió la nueva en Nueva Zelanda, pero afortunadamente el fallecido Edmund Hillary, primer escalador del Everest, escuchó la mala noticia y le compró otra.

Los sucesos negativos no han impedido que Shah conserve una gran fe en la humanidad: según su versión, sólo sufrió robos en 11 de los 10.001 días que pasó en la carretera.

«El 99 por ciento de la gente es buena -aseguró-. Sólo unos pocos están destruyendo el mundo».
Y Shah, que dice tener «recuerdos especiales de Perú, Chile y Argentina, guarda palabras agradables para todos los suramericanos, a quienes califica como «la gente más amigable del mundo».

«Haber bebido cerveza de maíz en lugares remotos del Perú, bailando y cantando, casi me tentó a quedarme allí», recuerda.

Shah ha tenido que adaptarse constantemente a nuevos medios y culturas, afrontar lenguas desconocidas para él, viajar por desiertos y selvas y dormir en ellas en una tienda, no siempre cerca de signos de la civilización.

En China la gente ni siquiera comprendía sus esfuerzos en lengua de signos, en Namibia los lugareños caminaban desnudos, y en Malawi corrió dominado por el miedo de sufrir la picadura de la mosca tsé-tsé, que sume a sus víctimas en un sueño infinito.

Otro gran inconveniente fue la burocracia de los países: el primer problema en un país era siempre lograr un visado para entrar en el siguiente, sobre todo por ser de Nepal, un país pobre, lo que generaba mucha desconfianza en las autoridades.

Cuando Shah mira al pasado, siente orgullo de sus hazañas: más de 400 periódicos en 38 lenguas diferentes y más de cien canales radiofónicos y televisivos han encontrado un hueco para el gran viaje inolvidable de este ciclista.

«Soy una de las personas vivas más afortunadas, habiendo ido a tantos países y conociendo a tanta gente», dice ante una botella de cerveza, otra de sus pasiones, si se tiene en cuenta que conserva más de 1.200 chapas de distintas marcas consumidas sobre la marcha.

La próxima primavera, Shah cambiará los pedales por otro tipo de escalada, la que le llevará al techo del mundo. Ya se está entrenando para ello.

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